martes, 23 de noviembre de 2010

Celosía

El Enamorado y la Muerte

Un sueño soñaba anoche
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca
muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor?
¿Como has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el amor, amante;
la Muerte que Dios te envía.
-¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
-Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
-¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!
-¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
-Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
-Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.


Mala suerte es disponer de una sóla hora para amar, como así le sucede al enamorado que al escalar se rompe y muere.
De esta celosía me inquieta la ruptura de las puntas de los cuatro copos de abajo. Porque para mí es una celosía de nieve, con todas sus estrellas. Mirar y no ser visto, no ver quien te confiesa con los ojos me revuelve. Pero ese punto cotilla que engendran estas puertas tan comunes en Oporto me lleva a averiguar los intersticios de la entrada de la casa abandonada. Pienso muchas veces en esa celosía que hay tras el amor, lo que el emamorad@ ve sobre los demás y lo que los demás no ven.