
Una calle del barrio lisboeta de Alfama, Martim Vaz. Me gusta como pronuncian las erres iniciales los portugueses. Una r transformada en una mezcla de j llena de jinetes y una g aguerrida. Para una pronunciación similar nos tendríamos que ir a los
becos o callejones. Lisboa en los edificios de sus barrios está bastante herida, bastante pintada, descascarillada, resquebrajada. Los edificios como lamentos.

Colgar la ropa en Portugal no es como colgarla en Francia, donde te
cuelgan si cuelgas a la vista de todos. Y digo yo, ¿a quién se le ocurre colgar a la vista? La vista, que está hecha para ver y para blandir palabras. En ese rinconcito nació Amália Rodrigues. Luego se trasladaría a una zona más cómoda y a una casa más amplia.

Patios en obra permanente. Olor a cocina y poco más, paredes con la cal maltrecha. Los albañiles no impiden el paso. Una se metió hasta la cocina. La gente no mira raro. Dejan hacer.

Las cartas siempre llegan al interior de una y al interior de los patios. El tiempo pasado está lleno de correspondencia. El presente está lleno de buzones informáticos y sentimientos convulsos. El futuro, ¿el futuro?, el futuro no existe.
¿Con qué voz lloraré mi triste fado?