

Prometí los chopos y aquí están. Diría más bien mis chopos dorados a la tarde. Mis dos chopos. Dos chopos en un pueblo de Segovia, el pueblo de mi padre. Un pueblo cargado de espíritus. Respondo así a la inercia otoñal de los últimos días. Aun daré una foto más con olor. Pero éstas responden a una quietud secreta y sabia. Esos chopos han estado junto a un caz que vinculó por primera vez al pueblo con la luz. El agua circuló durante años junto a ellos para ir a dar a un molino. Pan y luz. Hoy ya, todo deteriorado, ni pan ni luz; ruinas a cambio. Pero allí están sobre el rumbo sereno de una historia minúscula.