miércoles, 6 de octubre de 2010

Fogosos


No estamos en el diciembre de Chile, que es cuando se desata el tomate, según nuestro Neruda.
Estos tomates son de finales de septiembre y de la más pura meseta castellana.
Las piñas en los juegos de pool o billar americano tienen 15 bolas. Esta piña tiene 17 tomates. Pero, cuidado, aquí no se trata de jugar. Arriésguense y verán como se hunden los tomates en el taco. Porque son tomates normales, sin más riego que el del cielo ni más sustancia que la que aporta la tierra. Estos tomates son, en definitiva, un privilegio. Los otros, los de piel dura, los que ni a duras penas maduran, los que perduran sin sabor, los otros sí sirven para el billar, para meterlos en la tronera. Quizás sean más duros que sus homólogas bolas de polímeros.
Me quedo con mis tomates, con los de color fogoso.






ODA AL TOMATE Pablo Neruda



La calle
se llenó de tomates,
mediodía,
verano,
la luz
se parte
en dos
mitades
de tomate,
corre
por las calles
el jugo.
En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
entra por los almuerzos,
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos,
las mantequilleras,
los saleros azules.
Tiene
luz propia,
majestad benigna.
Debemos, por desgracia,
asesinarlo:
se hunde
el cuchillo
en su pulpa viviente,
es una roja
víscera,
un sol
fresco,
profundo,
inagotable,
llena las ensaladas
de Chile,
se casa alegremente
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer
aceite,
hijo
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos,
agrega
la pimienta
su fragancia,
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día,
el perejil
levanta
banderines,
las papas
hierven vigorosamente,
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
y sobre
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra,
estrella
repetida
y fecunda,
nos muestra
sus circunvoluciones,
sus canales,
la insigne plenitud
y la abundancia
sin hueso,
sin coraza,
sin escamas ni espinas,
nos entrega
el regalo
de su color fogoso
y la totalidad de su frescura.