jueves, 29 de abril de 2010

Tirabuzón

ANÓNIMO

¿Con qué la lavaré,
la tez de la mi cara?
¿Con qué la lavaré,
que vivo mal penada?

Lávanse las casadas
con agua de limones;
Lávome yo, cuitada,
con penas y dolores.

Mi gran blancura y tez
la tengo yo gastada
¿Con qué la lavaré,
que vivo mal penada?






Hay una palabra que por mi tierra se utiliza mucho: chumeto/a. Se suele aplicar a aquella persona muy curiosa pero que no llega al estadio de cotillez morbosa. Y ahora me juzgaréis si yo soy chumeta o no.
No tenía nada que ver con la novia ni con la boda. Ni era la reportera oficial. Eso sí, por mi cuenta y riesgo decidí hacer mis fotos extraoficiales. Decir de antemano que sí conocía a muchos invitados, pues la boda era en mi pueblo.


Y es que de una boda lo que siempre me ha interesado es el tirabuzón: esa lógica espiral del cabello que le aporta elasticidad y hasta un punto subversivo.¡Y anda si es postizo! No lo creo en este caso. Lo cierto es que el tirabuzón está para que te entren ganas de tirar de él y comprobar su capacidad de retroceso ya que las bodas son muy rígidas (menos las de Camacho, en el Quijote): que si el perdón de los pecados, que si el amor eterno, que si el arroz.


Y prueba de la importancia del tirabuzón es el afán de conjuntar al vehículo nupcial (en este caso no era un Citroën sino un Passat azul, esto va por los posibles Watson). Su tirabuzoncito blanco para que te dejen vía libre es esencial.


Al final, cuando la ceremonia concluye y ellos se van, el tirabuzón se entronca con las nubes, se difumina. Es como entrar en una felicidad tipo celeste.
Y comieron perdices.