lunes, 5 de abril de 2010

Cercén





Ya acudí con ciertas reservas al Museo Vaticano cuando estuve en Roma. Pude comprobar la larga cola que no hice al sacar la entrada por internet. Total, 19 euros. Una vez allí me di cuenta que el único interés por preservar un espacio tan delicado como la Capilla Sixtina eran esos 19 ó 15 euros, según se hubiese pasado por la red o por taquilla. Nada más entrar en las galerías del museo se observa la gran colección de tapices del siglo XV a XVII. Principalmente son tapices flamencos de procedencia del taller de Pieter Coecke. Alguna que otra escultura como las que he fotografiado también flanqueaban la entrada a la riada de gente que sólo atendía a un fin: llegar cuanto antes a una Capilla Sixtina donde los alfileres no hallarían ni espacio y donde las pinturas de Miguel Ángel empiezan a sufrir un serio desconche por algún sitio.
¿Y antes de llegar a la Capilla Sixtina qué? Desde luego que la primera estatua no podrá cometer actos impuros y de la segunda diría que buen vino se podría sacar de su racimo oculto. Sí se cómo ha entendido la Iglesia Católica el sexo escultórico. Cabría preguntarles su opinión por el sexo terrenal.
Sobre el sexo de los ángeles no sé que apuntaría dicha Iglesia.