jueves, 11 de febrero de 2010

Exención


Os puedo asegurar que cuando os propuse la escucha de Camané en la anterior entrada el servidor me aleteó una cuña espantosa del Red Bull y que si te daba alas y qué sé yo. De ahí la advertencia. Pude y puedo comprobar que a quien dio por entero las alas fue a mí sola. Pero os aseguro que aún Naide me ha reprochado el vuelo. Es más, me acerco más a otros vuelos más que al propio reposo. A estas garcillas, sin ir más lejos, pegadas literalmente a la autovía de Valencia todos los días.


Y mira que tienen el río Manzanares a menos de trescientos metros. Pero ellas allí, tan quedas, tan poco asustadizas. Hasta que te acercas a ellas. Entonces una sábana blanca se desenfunda.


Y la duda ornitológica (si hay alguien que le priva más la duda ontológica que lo haga) a que llego es si las garcillas están ahí para que la curiosidad de quien las mire desde otro ángulo distinto al de la carretera se convierta en inevitable publicidad o porque ellas ya están en periodo de conversión consumista. Sigue la duda. No el vuelo.



¿De qué está exento el vuelo?
Lo apalabramos en la tierra,
lo parimos sin cavilar la altura.
El vuelo, la gesta apetente,
el surco a mencionar desde el cielo.
De rozarte, de éso está exento.