domingo, 18 de octubre de 2009

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Ya en una entrada pasada (axilas) hablábamos de la muerte de un zorro al ser atropellado. No sé si esta culebra sería consciente de mi buena intención que no fue otra que la de evitarla un atropello. De haberse producido, algún córvido, milano o cernícalo seguro que hubiera dado buena cuenta de ello. No penséis en el repelús, que tampoco era una cobra. Os puedo asegurar que estuve a unos veinte centímetros con mi cámara y ni se inmutó. La culebra tenía una prioridad muy clara: recibir los últimos rayos de sol y apropiarse del calor que el asfalto había acumulado durante el día. Observé su sombra, sus ojos acechantes, su quietud. Al final, un leve toque en la cola con mi zapatilla la alertó, la aceleró, se encabritó, bufó. En un preciso agujero de la cuneta entró. Cada una seguimos nuestro camino.