domingo, 15 de febrero de 2009

Expugnable



"Existen tres elementos sin los cuales resulta imposible pretender que una ciudad sea literaria. Las farolas, los adoquines y las sombras deben darse conjuntamente y en este orden. Lo cual no significa que necesariamente deban estar colocados de modo tal que parezcan formar parte de un decorado. Lo que cuenta es que el viajero sedentario sepa que están ahí, inmóviles, sobrevolando el tiempo." Esto lo dice Nuria Amat en un libro entrañable. 'Viajar es muy difícil. Manual de ruta para lectores periféricos.'

Si he entrado en esa cita es porque deseo añadir un elemento más al aspecto literario de una ciudad: los castillos. Ahora que cada uno añada el suyo, eso sí, ese elemento ha de ser capaz de despejar un poema o dar aliento a una elegante prosa. De momento, desde un castillo extiendes la vista, es imposible encoger los ojos. El castillo tiene sabor a viento y a infancia. Y a reyes, a princesas y a esclavos. Muchos ríos han gestionado sus curvas para que en ellas hubiera un castillo. Hasta puestos a decir, en los castillos se puede bucear en su interior. Antes mejor, cuando había fosos y agua en su interior. Pero lo que mejor ha definido a un castillo es su inexpugnabilidad. Se era un castillo por ser difícil acceder a él. Pero, pasa el tiempo y, sin guerreros que lo acechen, el castillo y sus muros se derrumban y las plantas se adueñan de sus entresijos. El tiempo que pasa hace que todo sea expugnable, en el silencio más activo.

Desde ese muro de contención del foso del castillo de Mourao, pueblo fronterizo de Portugal, se ven las aguas del Guadiana embalsadas (por un muro) y otro castillo, el de Monsaraz. Seguro que, si uno mira bien al río, ve algún trozo de adarga que rodeó a la cueva de Montesinos, allá donde nace aquél y donde bien estuvo don Quijote.