jueves, 30 de julio de 2009

Bastones





Todas las ventanas son sugerentes. Indiscretas o no.
Al este está orientada ésta por donde miro desde un quinto.
Dado que tengo un amplio parque debajo, las posibilidades de reposo y regocijo son las prioritarias de mucha gente.
De mañana, la gente mayor se entrena en el descanso.
Hoy quiero traer a esa pareja y a sus bastones (paralelos). Imagino que sus carnes han fluido, también, de forma paralela.


Cositas Buenas

Vengamos al banco, te dije.
Decirte 'a mi vera', era otra
de mis sencillas propuestas,
formas de no tentar la soledad,
me dije. Cositas buenas,
reconozco tu voz parada,
nuestro decir por lo que no
decimos ya. Cositas buenas
vinieron; ilustres, se quedan.
Y sin querer, se irán.


viernes, 24 de julio de 2009

Ballesta



Conviene ampliar la foto para no perder el leve detalle de esa paloma que sobrevolaba las chimeneas. ¿Chimeneas? Aceptémoslas como sincera pareja a la que se le ha acumulado el óxido pero que en todo momento conservan sus inicios como acogida de calor e huida del humo. Ahí están, enlazados, en silencio, esperando de nuevo la llama. Arder como ballesta en las arterias.




domingo, 19 de julio de 2009

Intervención




Primero prefirió mirar para otro lado.
Después se afincó en mi cara.
Sus pétalos, sus extremidades, su generosa mirada.
Sus cielos revocantes de nuevo.
Todo un esplendor y toda su compañía.
Ya no era un flor de barro deshojada,
era la intervención de la luz.




viernes, 10 de julio de 2009

Deshoje




Nos quedamos de barro
en el deshoje cotidiano,
un partir escueto
al silencio, al susurro,
lamento y pétalo,
exclusa y favor,
todo abierto,
en alto cielo,
generosidad, sin duda,
la de una flor.





Tras de un amoroso lance

Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y, con todo, en este trance
en el vuelo quedé falto;
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en oscuro se hacía;
mas, por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba;
dije: ¡No habrá quien alcance!
y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza del cielo
tanto alcanza cuanto espera;
esperé solo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

San Juan de la Cruz

jueves, 2 de julio de 2009

Macad@s





Dejadme que os dedique esta entrada a tod@s los que me seguís. Una foto a modo de metáfora. Sé que casi todos tenemos acumulados algunos golpes. Como decía mi madre de la fruta, está un poco 'macada'. Qué poco escucho ya esa palabreja. Además creo que a esta familia poco le importaría el pecado original y, cual Eva o cual Adán, se lanzaría a por una reineta y, de quedarse con ganas, a completarla con un buen trago de sidra. Así que, al loro, que lo que muestro no es un bodegón, somos nosotros, en amor y compañía, dispers@s y juntic@s (como dicen allá por la Manchuela y por los almudes). Besos a tod@s, habrá algunos días de vacaciones y luego seguiremos goteando en este mundo tan disperso de los blogs, los cuadernos llenos, eso sí, algunos, de verdaderos lujos.

P.D. No me resisto en regalar la palabra 'Macado' a mi amigo Manolotel. Buen coleccionista y usador de palabras.


Y como contestación a las dos entradas anteriores os dejo un relato lleno de intimismo, poesía y nostalgia, tristeza y contención. Su autor, Juan Farias. El título del libro al que pertenece: 'El paso de los días'. Editorial: Alfaguara. Son de esos libros que entran dentro de lo que llaman serie juvenil, infantil, de edades entre...Pero lo cierto es que sus libros, como todos los buenos, no tienen edad (aunque suene a tópico).

Cuaderno 3

La taberna, como todo aquí, es poco, un barril de vino verde, unas frascas de orujo, un tablón por mostrador, una mesa también de roble, moscas cuando era el tiempo de las moscas, olor a vino que ha caído al suelo, el suelo de tierra, un ventanuco al corral, y por el corral se salía al camino.

La tabernera, cuarentona, grande, olía a mujer, y más cuando andaba a pensar en ellos.
Se entretenía en cazar moscas para luego dejarlas vivir; lo hacía con la mano, rápida, delicadamente, las guardaba un momento, en el puño, y luego lo abría, las dejaba volar, irse a la luz, asustadas.
Entró el maestro.
Ya estaba allí el timbalero, a beber para no recordar; pero con beber recordaba.
-¿No vais al cementerio? -preguntó el maestro, y pidió una copa de orujo.
-No era nada mío -dijo la tabernera, y se encogió de hombros.
-Yo tampoco quiero pensar -dijo el maestro.
Se puso el sol al final de la mar, y por el este, por encima de las montañas, empezó a bajar la noche.
Cambió el viento, otra vez al noroeste, otra vez a oler a lluvia.
Los vecinos volvieron del entierro: dos entraron en la taberna a tomar una copa de orujo, un trago de orujo; los otros, siete, siguieron pueblo adentro, todos con lo puesto.
Al timbalero salió a buscarlo su mujer, lo tomó del brazo, tiró de él, y le dijo:
-Ven, cariño, ven, anda. Ven ya es tarde.
Y con el tono dijo más, mucho más.
Él dijo:
-Déjame, mujer.
Ella insistió:
-Ven.
Él pidió otra copa.
-Déjala para mañana -dijo la tabernera.
El timbalero se dejó llevar.
Esta vez, la mosca no tuvo suerte, la tabernera también la cazó al vuelo; pero cerró el puño, deshizo la mosca. Después, mientras se limpiaba la mano en la falda, murmuró:
-Qué asco de vida.
La mujer del timbalero, antes moza dada a la lectura y a confundir realidades, era, ahora, sólo una mujer a cargar penas.
Él había sido timbalero de una orquesta sinfónica, pero le dio algo malo y se le agarrotaron las manos, no pudo seguir batiendo los timbales y se le agrió el alma.
Antes, con él empezaba a hablar Zaratrusta; él era los cañonazos de la 1.812 y los disparos de los cazadores de Prokófiev; él había hecho retumbar la sala, se había impuesto el metal y la cuerda.
Ella, niña de ciudad, lo conoció vestido de chaqué, se enamoró de la soberbia con que batía los timbales de cobre y piel de cabra.
Hicieron pareja y viajaron con la orquesta, de una ciudad a otra, de un país a otro, conocieron sitios y gentes.
Ella lo amó.
A él le gustaba sentirse admirado.
Cuando llegó la enfermedad, él quiso esconderse, y lo hizo aquí, en la casa alquilada.
Ella seguía amándolo.
Es duro amar a alguien que está amargado, que vive con rencor, que echa de menos lo que fue, lo que no volverá a ser.
Una tarde, el estudiante, que bajaba, se encontró con el timbalero, que subía, también borracho. El estudiante agarró al timbalero por los mofletes, le dio un beso en la frente, y le dijo:
-Cuéntame cómo sonaban tus timbales.
El timbalero, soberbio, altivo, borracho, empezó a golpear el aire:
Ban a bon! -decía-. ¡Bon!¡Bon!¡Bon!
Y el estudiante, a reír, sentado en el suelo, se agarraba la cabeza con las manos y reía. Vino la mujer del timbalero, y al ver cómo se reía el estudiante, le tiró piedras, le dio puñetazos y lloró. Quiso abrazar a su hombre, pero él seguía batiendo:
Bon! ¡Abon! ¡Bon! ¡Ban!
Wagner o algo así, no sé.